Una característica del pecado máximo es el deseo de reformar a otros y conformarlos a nuestras ideas y esperanzas. Con demasiada frecuencia, en nuestros días, este pecado es proclamado como una virtud.
Lo que significa simplemente es que intentamos jugar el rol de Dios y cambiar a la gente a nuestra conveniencia. Las personas que batallan para llevarse bien con su familia, sus compañeros de trabajo, o sus comunidades, muchas veces son culpables de este pecado. Esto significa que están intentando jugar el rol de Dios.
Tú y yo no hemos sido asignados con la responsabilidad de cambiar a las personas. Sólo Dios puede hacer esto. Lo que podemos hacer, por medio de la gracia de Dios, es cambiarnos a nosotros mismos para ser conformados a Su Palabra y llamado. Implica reconocer la necesidad del cambio en nosotros más que en los demás, y dejar la reformación de otros a Dios por medio del ministerio de la Palabra.
Hoy, por supuesto, esta idea no es popular. La idea común de una persona noble, un político, o un líder religioso, quien por medio de la legislación y el poder coactivo con fondos de los impuestos trabaja día y noche para cambiar a otros, nunca a él mismo.
El máximo pecado es anticristiano de raíz. Pone el poder de cambiar a las personas en las manos del hombre, no Dios. Da al hombre el supuesto derecho de controlar a su prójimo según sus ideas de la reforma social y personal.
No tenemos el derecho de pedir al prójimo a ser conforme nuestra voluntad e ideas. Tenemos la responsabilidad de llamarlos a conformarse a la Palabra y llamado de Dios. Dios mismo nos conforma a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29), y nos manda, por medio de San Pablo, a “no conformarse a este siglo, sino sean transformados por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprueben cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2) Tenemos que morir a nuestra justicia propia y nuestras ideas para reformar al mundo y estar vivos en la justicia de Dios en Cristo, conformados a su Palabra.
La próxima vez que escuches a una persona proponer reformarte, reformar el estado, el mundo y todo lo que vea, míralo por lo que es: el máximo pecador, quiere ser dios, un profanador de la creación. Y ten cuidado cuando veas a tal hombre que no sea el hombre en el espejo.
RJ Rushdoony, A Word in Season, Tomo 1, capítulo 1