EL EVANGELIO DEL REINO
Entonces a los Cielos de los Cielos ascenderá Con victoria, triunfando a través del aire Sobre sus enemigos y los tuyos; ahí sorprenderá a La Serpiente, el príncipe del aire y arrastra las cadenas A través de todo su reino y ahí permanece confundido; Entonces entrará en la gloria y retomará Su asiento a la diestra de Dios, exaltado a lo sumo Sobre todos los nombres en el Cielo.
John Milton, Paraíso Perdido [12.451-58]
Nuestro Señor Jesucristo, Quien tomó sobré sí el morir por todos, extendió Sus manos, no a algún lugar en la tierra abajo, sino en el aire para que la Salvación efectuada por la cruz pudiera ser mostrada a Todo hombre en todo lugar: destruyendo al diablo que estaba Trabajando en el aire: y para que Él pudiera consagrar nuestro Camino hacia el Cielo y hacerlo libre.
Atanasio, Cartas
8- LA VENIDA DEL REINO
Adán fue creado como un rey. Él debía sojuzgar la tierra y tener dominio sobre ella. Su reinado, sin embargo, no era absoluto; Adán era un gobernante subordinado, un rey (príncipe) debajo de Dios. Él era un rey sólo porque Dios le había creado como tal y le ordenó gobernar. El plan de Dios era que a Su imagen gobernara el mundo bajo Sus leyes y supervisión. Mientras que Adán era fiel a su comisión, era capaz de tener dominio sobre la tierra.
Pero Adán fue infiel. Insatisfecho con ser un gobernante subordinado en la imagen de Dios, aplicando la ley de Dios a la creación, él quería autonomía. Él quería ser su propio dios, hacienda sus propias leyes. Por causa de este crimen de rebelión fue echado fuera del Jardín. No obstante, como lo hemos visto en capítulos anteriores, este incidente no abortó el plan de Dios para el dominio a través de Su imagen. El Segundo Adán, Jesucristo, vino a cumplir la tarea que el Primer Adán había fallado en hacer.
A través del Antiguo Testamento los profetas cada vez más esperaban el tiempo cuando el Rey señalado por Dios vendría a sentarse en el trono. Uno de los Salmos citado por los autores del Nuevo Testamento con mayor frecuencia muestra a Dios el Padre diciéndole a Su Hijo, el Rey:
Pídeme, y te daré por herencia las naciones y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como a vasija de alfarero los desmenuzarás. (Salmos 2:8-9)
Los profetas dejaron en claro que, como Adán, el Rey que vendría iba a gobernar en el mundo entero (no sólo sobre Israel):
¡Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra! Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo… Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones lo servirán (Salmos 72:8-11).
Dios le mostró a Daniel un resumen de la historia en el que una imagen muy grande (representando los cuatro imperios de Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma) es desmenuzada y herida por una piedra; “pero la piedra que hirió la imagen se hizo un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:35). El significado de esta visión es la restauración del Edén bajo el Rey, como Daniel lo explicó: “En los días de estos reyes [es decir, durante el periodo del Imperio Romano] el Dios del cielo levantará un Reino que no será jamás destruido, ni será el Reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). Cristo, el Segundo Adán, llevará a cabo la tarea asignada al Primer Adán, provocando que la Montaña Santa crezca y abarque todo el mundo.
Ascendiendo al Trono
En una visión posterior Daniel en realidad vio a Cristo siendo entronado como el Rey prometido:
Miraba yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre; vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca será destruido (Daniel 7:13-14)
Hoy en día, comúnmente se asume que este texto describe la Segunda Venida y que por lo tanto el Reino de Cristo (muchas veces llamado el Milenio) empieza solo después de Su Regreso. Por supuesto, que esto ignora el hecho de que Daniel había ya profetizado el Reino empezando en los días del Imperio Romano. Pero nota que dice Daniel exactamente: ¡Cristo es visto subiendo, no bajando! ¡El Hijo del hombre está yendo hacia el Anciano de Días, no saliendo de Él! ¡Él no está descendiendo en las nubes a la tierra, sino ascendiendo en las nubes a Su Padre! Daniel no estaba prediciendo la Segunda Venida de Cristo, sino más bien el clímax de la Primera Venida, en la cual, después de expiar los pecados y derrotar a la muerte y satanás, el Señor ascendió en las nubes del cielo para sentarse en Su trono glorioso a la diestra de Su Padre. Cabe resaltar también, que Daniel utiliza el término Hijo del Hombre, la expresión que Jesús adoptó después para auto describirse. Claramente, nosotros debemos entender que el Hijo del Hombre significa solamente el Hijo de Adán – en otras palabras, el Segundo Adán. Cristo vino como el Hijo del Hombre, el Segundo Hombre (1 Corintios 15:47), para cumplir la tarea asignada al Primer Hombre. Él vino para ser el Rey. Este es el mensaje constante de los Evangelios. El relato de Mateo del Nacimiento registra la historia de los sabios del este viniendo a adorar al Rey y los celos de Herodes intentaron destruirlo como un rival a su propio dominio injusto. En lugar de eso, Cristo escapa y es Herodes el que muere (Mateo 2). Inmediatamente, la historia de Mateo se brinca 30 años para establecer su punto:
En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:1-2).
Entonces Mateo regresa al ministerio de Jesús, dándonos un resumen de Su mensaje básico para Israel: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 4:23). Un vistazo sencillo a una concordancia revelará qué tan importante era el evangelio del Reino en el programa de Jesús. Y nota muy bien, que el Reino no era un milenio lejano miles de años en el futuro, después de la Segunda Venida. Jesús anunció: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. Arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Jesús claramente le dijo a Israel que se arrepintiera ahora, porque el Reino vendría pronto. El Reino estaba cerca. Él lo estaba trayendo justo enfrente de sus ojos (ver Mateo 12:28; Lucas 10:9-11; 17:21) y pronto ascendería al Padre para sentarse en el trono del Reino. Esta es la razón por la que Él le dijo a Sus discípulos:
De cierto les digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su Reino (Mateo 16:28).
¿Estaba Jesús en lo correcto o no? En términos de algunos maestros modernos, Jesús estaba equivocado. Y que esto no era un ligero error de cálculo: ¡Jesús se equivocó por miles de años! ¿Podemos confiar en Él como Señor y Salvador y todavía sostener que estaba equivocado o que de alguna manera Su profecía se descarriló? Jesús no era sólo un hombre, como el Primer Adán. Él es Dios, el Señor de los cielos y la tierra y si Él se dispone a traer el Reino, ¿alguien lo puede detener? Aún la crucifixión no era un retraso, porque era un aspecto crucial de Su plan. Esta es la razón por la que dijo: “yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo” (Juan 10:17-18). Debemos creer lo que Jesús dijo: durante la vida de los que le escuchaban, Él vendría en Su Reino. Y eso es exactamente lo que hizo, culminando en su ascensión a Su trono celestial. De la entrada de Jesús en Jerusalén, Mateo dice, que específicamente se cumplió la profecía del Antiguo Testamento de la inauguración del Reino:
¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey vendrá a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna. Él destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; los arcos de guerra serán quebrados, y proclamará la paz a las naciones. Su señorío será de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra. (Zacarías 9:9-19; Mateo 21:5)
El apóstol Pedro entendió que el significado de la Ascensión era el entronar a Cristo en el cielo. Citando una profecía del Rey David, Pedro dijo:
Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia en cuanto a la carne levantaría al Cristo para que se sentara en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen. David no subió a los cielos, pero él mismo dice:
“Dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.’” Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo (Hechos 2:30-36). Es de suma importancia entender la interpretación propia de la Biblia del trono de Cristo. De acuerdo con la inspiración del Apóstol Pedro, la profecía de David de Cristo sentado en un trono no era una profecía de algún trono terrenal en Jerusalén (como algunos hoy en día insisten erróneamente). David estaba profetizando acerca del trono de Cristo en el cielo. Es del trono celestial del que el Rey David habló, Pedro le dijo a su audiencia en el Día de Pentecostés. Desde Su trono en el cielo, Cristo ya está gobernando el mundo. El Apóstol Pablo estuvo de acuerdo: de la Ascensión de Cristo, escribió: “sentándolo a Su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Y sometió todas las cosas debajo de sus pies” (Efesios 1:20-22). Ahora bien, si Cristo está sentado ahora sobre todo gobernador y autoridad y poder y dominio, si todas las cosas ahora están debajo de Sus pies, ¿por qué algunos Cristianos están esperando que Su Reino empiece? De acuerdo con Pablo, Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al Reino de Su amado Hijo” (Colosenses 1:13). La Biblia dice que el Reino ha llegado, algunos teólogos modernos dicen que no. ¿Existe realmente alguna duda de a quién le debemos creer?
Atando a satanás
La promesa original del Evangelio estaba contenida en la maldición de Dios sobre la serpiente, de que la Semilla de la Mujer aplastaría su cabeza (Génesis 3:15). De la misma manera, cuando Jesús vino, inmediatamente empezó ganando victorias sobre satanás y sus legiones demoniacas, sin ayuda los involucró en el combate y los desterró de manera efectiva de la tierra, junto con la enfermedad y la muerte. Una guerra sin cuartel se libró durante el ministerio de Cristo, con satanás continuamente perdiendo terreno y corriendo para protegerse. Después de observas a Sus discípulos en una misión exitosa, Jesús con alegría dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí les doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada les dañará” (Lucas 10:18-19). Él explicó Sus victorias sobre los demonios diciéndole a Su audiencia “el Reino de Dios ha llegado a ustedes.” Él continuó: “¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa” (Mateo 12:28-29). Eso es exactamente lo que Jesús estaba haciendo en el mundo. Él estaba atando a satanás, “el hombre fuerte” para poder “saquear su casa,” para recuperar a los hombres que tenía el diablo. La derrota definitiva de satanás ocurrió en la muerte y resurrección de Cristo. Una y otra vez los apóstoles les aseguraron a los primeros Cristianos el hecho de la victoria de Cristo sobre el diablo. A través de Su obra terminada, Pablo dijo, el Señor Jesús “despojó a los principados y a las potestades”; “Él los exhibió públicamente, habiendo triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15). El Nuevo Testamento sin lugar a dudas enseña que a través de Cristo, rompiendo las ataduras de la muerte Satanás fue dejado sin autoridad (Hebreos 2:14). Juan escribió: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). Una vez más, debemos notar que esto está en el tiempo pasado. Es un hecho cumplido. Esto no es una profecía acerca de la Segunda Venida. Es una declaración del hecho acerca de la Primera Venida de Cristo. Cristo vino a atar y a desarmar a satanás, para dejarlo sin autoridad, para destruir sus obras y establecer Su propio gobierno como el Rey universal, como Dios había destinado desde el principio. De acuerdo con la Biblia, Cristo en realidad cumplió lo que se le había encargado; la Escritura acerca de satanás como un enemigo derrotado, uno que debe huir cuando los Cristianos se le oponen, uno que es incapaz de resistir el ataque victorioso del ejército de Cristo. Las puertas de su ciudad están condenadas a colapsar ante los implacables embates de la Iglesia (Mateo 16:18).
El Crecimiento del Reino
A estas alturas alguien objetaría: “Si Jesús es Rey ahora, ¿por qué no todas las naciones se han convertido? ¿Por qué existe mucha impiedad? ¿Por qué no todo es perfecto?” En primer lugar, no existe un “si” a este respecto. Jesús es el Rey y Su Reino ha llegado. La Biblia dice eso. En segundo lugar, las cosas nunca serán “perfectas” antes del último Juicio y aun el milenio descrito por algunos escritores populares está muy lejos de ser perfecto (de hecho, el suyo es mucho peor; porque ellos enseñan que las naciones nunca se van a convertir en realidad, sino que sólo fingirán una conversión mientras que esperan la oportunidad para rebelarse). En tercer lugar, aunque el Reino fue establecido definitivamente en el trabajo final de Cristo, este es establecido progresivamente a través de la historia (hasta que esté completamente establecido en el Último Día). Por una parte, la Biblia enseña que Jesucristo está ahora gobernando las naciones con vara de hierro; Él está sentado ahora en poder sobre todos los otros gobernadores en el cielo y en la tierra, poseyendo toda autoridad. Por otra parte, la Biblia también enseña que el Reino se desarrolla progresivamente, creciendo más fuerte y más poderoso mientras que el tiempo avanza. La misma carta a los Efesios nos dice del gobierno absoluto de Cristo sobre la creación (1:20-22), asegurándonos que estamos reinando con Él (2:6), también nos ordena a ponernos la armadura para la batalla en contra del enemigo (6:10-17). No hay contradicción aquí sino sólo dos aspectos de la misma realidad. Y el hecho de que Jesús está gobernando como Rey de reyes es precisamente la razón por la cual podemos tener confianza en la victoria en nuestro conflicto con el diablo. Podemos experimentar ahora un triunfo progresivo, porque Jesucristo definitivamente triunfó sobre satanás en Su vida, muerte, resurrección y ascensión. Jesús contó dos parábolas que ilustran el crecimiento del Reino. Mateo nos dice:
Otra parábola les refirió, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas.” Otra parábola les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (Mateo 13:31-33).
El Reino fue establecido cuando Cristo vino. Pero aún no ha alcanzado su desarrollo completo. Como el árbol de mostaza, empezó pequeño pero crecerá a un tamaño enorme (así como la piedra que Daniel vio que se convirtió en una montaña y llenaba toda la tierra). El Reino crecerá en tamaño, esparciéndose por todos lados, hasta que el conocimiento de Dios cubra la tierra como las aguas cubren la mar. El crecimiento del Reino será extenso. Pero el Reino también crecerá intensivamente. Como la levadura en el pan, este transformará al mundo, tan cierto como también transforma vidas individuales. Cristo ha plantado en el mundo Su evangelio, el poder de Dios para salvación. Como la levadura, el poder del Reino continuará operando “hasta que todo sea leudado.” Después de ver esta parábola, quizás te preguntes cómo es posible que alguien pudiera negar la escatología del dominio. ¿Cómo le puedes sacar la vuelta a la fuerza de este versículo? Aquí está el como: el derrotismo simplemente explica que la “levadura” no es el Reino, sino que más bien es un cuadro de ¡cómo las herejías malignas son plantadas en la Iglesia por el diablo! Increíblemente, su caso es tan desesperado que recurrirá a trucos hábiles de manos, convirtiendo una promesa de la victoria del Reino en una promesa de la derrota de la Iglesia. Noten muy bien que todo es leudado; el versículo está enseñando una conquista total, por uno u otro lado. Por lo tanto, de acuerdo con Jesús ¿qué lado ganará? De manera contraria a los pesimistas, Jesús no dijo que el Reino sería como una masa en la que furtivamente alguien introdujo levadura destructiva y de maldad. Él dijo que el Reino es como la levadura. El Reino empezó pequeño y su crecimiento ha sido discreto y algunas veces virtualmente invisible; no obstante continua fermentando y transformando al mundo. ¿Dónde estaba el Cristianismo hace 2000 años? Este consistía en un puñado de personas quienes hacían sido comisionados para discipular a las naciones – un grupo pequeño que sería perseguido por sus propios compatriotas y resistido por la fuerza armada del imperio más poderoso de la historia. ¿Qué posibilidad le habrías dado de sobrevivir? Sin embargo, la Iglesia salió del conflicto victoriosa, la clara ganadora por una milla; Roma y Jerusalén ni siquiera pasaron la puerta de salida. Los últimos veinte siglos han sido testigos del progreso que sólo el ciego voluntario podría negar. ¿Se ha extendido la levadura del Reino en todas partes? Por supuesto que no, todavía no, pero lo hará. Dios nos ha predestinado para la victoria.
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