Por Roger Oliver con la ayuda de Greg Bahnsen, Homosexuality: A Biblical View
La controversia de legalizar la unión de personas del mismo sexo y dejarlos adoptar a niños ha llegado a nuestro querido México. ¿Cuál debe ser la postura del cristiano? Encontré respuestas de mucha ayuda en el libro de Greg Bahnsen, Homosexuality: A Biblical View. Lo que sigue es un resumen de estas ideas tejidas con mis propias ideas.
Como cristianos es nuestro deber orar por los gobernantes y por todas las autoridades. La razón por nuestras oraciones es para que tengamos paz y tranquilidad y llevemos una vida piadosa y digna (1 Timoteo 2:2). Una ley que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de niños por estas parejas, destruirá la paz y tranquilidad no sólo para nosotros sino para todo nuestro querido pueblo mexicano. Además, pondrá en riesgo serio nuestra habilidad de vivir una vida piadosa y digna.
Antes de presentar nuestro argumento en contra de esta ley, cabe responder a lo que un escritor ha llamado el “terrorismo retórico” de ciertos polemistas de la homosexualidad y los presuntos derechos de los homosexuales. El pontificar las acusaciones e insultos y la atribución de malas intenciones a los oponentes, etc., contribuyen a menudo a un razonamiento falaz y sirven para intimidar a los crédulos. Por ejemplo, en contra de una réplica común, un desacuerdo con los homosexuales sobre sus derechos y la desaprobación de su comportamiento no hace automáticamente a alguien un intolerante. Su oposición no es necesariamente un odio violento o temor exagerado, enraizada en las actitudes injustas e irracionales basadas en ideas preconcebidas y no pensadas; no es una evidencia infalible de la dicha “homofobia”.
La oposición a la homosexualidad no está necesariamente motivada por una actitud prejuiciosa e insultante hacia un grupo de personas. Un examen imparcial y desapasionado de la evidencia relevante a una evaluación ética de los actos homosexuales y afectos, puede apoyar una conclusión negativa con convicción razonada. La opinión que algo es inmoral no es igual a ser intolerante; por ejemplo, no se acostumbra a llamar a alguien que condena el homicidio como un intolerante hacia los asesinos. Si así fuera, tendríamos que distinguir entre la intolerancia honorable y la deshonorable.
La Norma Absoluta vs la Relatividad
El problema irónico con la discusión de la homosexualidad en nuestros tiempos es su perpetuación no crítica de ciertos prejuicios culturales – a pesar de su insistencia de su objetividad y de haber neutralizado sus propios prejuicios. Ciertas suposiciones cuestionables en la ética, las ciencias humanas y el pensamiento político han engañado a nuestra sociedad hacia la tolerancia de la homosexualidad en los ámbitos personales, eclesiásticos y civiles.
Un estudio de las Escrituras nos lleva a disputar estos supuestos populares y nos ha convencido de que la homosexualidad debe ser desafiada en estas tres áreas. Las personas deben desaprobar y oponerse a la homosexualidad como inmoral. Las iglesias deben rehusar membresía y posiciones de liderazgo en la iglesia a los homosexuales no arrepentidos. El gobierno debe restringir la homosexualidad en vez de hacerlo un derecho civil.
De igual manera, insistimos que el pueblo no tome una actitud más santo-que-tú hacia el pecado homosexual, que las iglesias fielmente proclamen la buena nueva de la liberación de los homosexuales y que el estado no los persiga por medio de atrapamiento, invasión de la privacidad o atención intencionalmente selectiva y desigual.
La iglesia no puede tolerar lo que Dios condena en la Escritura, sin perder su propia integridad y hacerse objeto de Su juicio. Los límites morales nunca están determinados por el hombre sino sólo y siempre por Dios. Los factores situacionales y personales de la ética no contradicen las normas absolutas de la ética establecida en la ley de Dios. La voz del pueblo no es la voz de Dios. La voz de Dios es la voz de Dios y se ha revelado en las escrituras.
Como iglesias, reconocemos y confesamos nuestra falla en obedecer y predicar la Ley de Dios al pueblo como la norma absoluta del bien y mal y de la justicia. Pero clamamos a Dios por su misericordia confiando en Su gracia para perdonar y santificar. No apelamos al gobierno civil para legalizar nuestra desobediencia. Todos somos pecadores pero eso no nos descalifica para reconocer y deplorar el pecado ni nos obliga a racionalizar lo que la Biblia claramente rechaza como contrario a la voluntad de Dios.
El Evangelio no deja lugar a un temor aversión a los homosexuales (con la etiqueta popularmente “homofobia” hoy en día) o un menosprecio que le impide llevar la esperanza de gracia la liberación de Dios. El cristiano debe tener una doble respuesta a la homosexualidad. Primero, debe trabajar por la justicia en la sociedad, una petición al magistrado civil para vengar la ira de Dios en contra de los malhechores. Segundo, tiene que trabajar por la salvación de los homosexuales como personas para reprender el pecado y ofrecer la gracia restauradora de Dios en el Evangelio. La evangelización no es incompatible con el respaldo social de la ley de Dios. La Gran Comisión exige ambos.
A la acusación que la postura cristiana está falta amor, el amor no es sin contenido o forma sino se define por la ley de Dios. La ley moral (que se resume en el Decálogo y se ilustra adicionalmente en las leyes de casos en la Biblia) es la declaración de la voluntad de Dios a la humanidad. La Ley de Dios obliga a todo ser humano al cumplimiento de los deberes a Dios y el hombre presentados en ella. Es la norma permanente de la justicia personal y social.
La homosexualidad es, en principio, desaprobada por Dios, porque es contraria a la ordenanza de la creación de la unión; dicha actividad es pecado simplemente en virtud de su naturaleza homosexual. Se nos dicen que el amor es la única cuestión en cualquier relación sexual, y por lo tanto, es un doble estándar de moralidad aprobar el amor heterosexual y condenar el amor homosexual. Tal justificación no sólo ignora la revelación específica de Dios en Levítico 18:22 y 20:13, donde está claro que Dios considera moralmente importante la forma específica de la propia satisfacción sexual pero también puede ser fácilmente reducido a absurdo (por ejemplo, “por cierto, Dios no tendría un doble estándar en cuanto a la manera de conseguir el dinero distinguiendo entre el trabajo y el robo”).
El conflicto entre sistemas de la ética
El intento de generar una ética válida de la investigación científica moderna tiende a cometer a la “falacia naturalista” – suponiendo que lo que “es”, es lo que debe ser. Es la falta de objetividad que acepta indiscriminadamente las conclusiones “científicas” de la psicología y la sociología moderna a pesar de sus presuposiciones especulativas y métodos defectuosos. Además, pasa por alto el hecho de que los psicólogos y sociólogos modernos están fuertemente divididos en sus teorías y conclusiones acerca de la homosexualidad.
La respuesta que uno ofrece a la cuestión de si la homosexualidad es un delito o un derecho, será determinado por su teoría de la función del gobierno civil y su autoridad en la legislación. Y esta visión a su vez surge de su teoría específica y fundamental de la ética.
Los que rechazan la validez de la Ley de Dios en la Biblia se han demostrado incapaces de justificar sus sistemas de la ética. Se han propuesto principios obligatorios tan vagos como para ser irrelevantes para preguntas específicas o se aplican en formas contradictorias o se han pronunciado juicios específicos sobre una cuestión en particular sin ninguna autoridad justificada para obligar a otros. Con frecuencia los defensores de los derechos de los homosexuales ofrecen afirmaciones sin validación y sin examinar las presuposiciones y los razonamientos que les han llevado a sus convicciones éticas dogmáticas. Además, los puntos de vista seculares o humanistas de la ética y el estado tienden a justificar la autoridad del estado pero en principio apoyan el totalitarismo o tienden a justificar los derechos de los individuos pero en principio apoyan la anarquía.
Las Consecuencias para la Libertad y la Justicia
Si la homosexualidad llega a ser un derecho en la sociedad, sería a costa de privar a los cristianos (y otros) de su derecho a evitar el contacto con la perversión moral. Si alguien siente que los cristianos están equivocados al sentir tal aversión a los homosexuales y que, por lo tanto, deben ser obligados por la ley civil de no discriminar, estaría imponiendo su propio principio moral o convicción sobre ellos.
Una ley estableciendo la homosexualidad como un derecho, efectivamente discrimina a los que no están de acuerdo privándoles de sus protecciones y libertades, dando una ventaja competitiva a los homosexuales y perjudicando las normas y la formación del hogar cristiano. Una orden de la ética social que apoya ese tipo de discriminación hace ilegal para el cristiano y para otros el vivir de acuerdo con sus normas éticas en las relaciones sociales. Por otro lado, si el cristiano discrimina a los homosexuales practicantes y considera su comportamiento criminal, va a exigir y ofrecer una justificación para una orden ética social que desaprueba la homosexualidad. En una u otra forma la libertad de alguien va a ser limitada y se tiene que defender los límites propuestas según uno u otro sistema de ética.
Si el cristiano tiene razones éticas para ver los actos homosexuales como delitos, entonces él tiene todo el derecho a instar al Estado para prohibirlos y discriminar a aquellos que voluntariamente comentan o confiesan haber cometido tales actos.
Las actitudes divergentes hacia la homosexualidad han de atribuirse a diferentes normas morales, a diferentes leyes. Dos sistemas opuestos de la ética siempre van a considerar la otra opinión una perversión. Inevitablemente estas diferencias generan enemistad. Como seguidores de Cristo estamos dispuestos a soportar la oposición que conlleva.
La postura cristiana
Como cristianos reconocemos lo necesario que es tomar un enfoque bíblico acerca del Estado, la legislación civil, y los derechos personales. Vacilando o rehusando hacerlo es resignarse a las tensiones, ambigüedades y la arbitrariedad de los esquemas éticos autónomos y las filosofías políticas. La alternativa es que capitular a una ética que no tiene justificación, tiene discrepancias internas graves y basadas en principios equivocados, una ética que no puede protegernos contra el totalitarismo o la anarquía.
Los cristianos tienen el mandato de promover una sociedad caracterizada por la justicia. Reconocen que Dios como Creador tiene autoridad ética sobre toda criatura y el área de la vida; Su voluntad, lo que refleja su santidad, es una norma objetiva de lo correcto e incorrecto para todos los hombres de todas las edades. Los cristianos repudian una dicotomía entre un reino sagrado de la gracia (o la religión) donde se sigue la revelación de Dios y un ámbito secular de la naturaleza donde las normas autónomas de pensamiento y comportamiento gobiernan. Toda la vida es religiosa.
Del corazón mana la vida (incluyendo asuntos políticos), y por lo tanto el corazón renovado del cristiano afectará su acercamiento a la política tanto como reorienta su actitud hacia todas las demás áreas de la vida.
Para los cristianos el señorío de Jesucristo no es de alcance parcial. Siempre y en todas partes ejerce su reinado de rey, lo que requiere la obediencia de todos los hombres a las normas de Dios. La tierra y su plenitud es del Señor, el mundo y los que en él habitan; todo el poder y autoridad en el cielo y la tierra se han dado al Mesías resucitado.
Es miopía que lleva a algunos teóricos sociales a pensar que la homosexualidad no tiene efectos nocivos sobre la sociedad. Si las relaciones homosexuales son toleradas por la ley civil, así faltando de dar testigo contra su anormalidad y perversión y rehusando de restringir la práctica homosexual, el estado permite una degradación progresiva y permisiva hacia los asuntos sexuales. Es perjudicial a la estabilidad ética de la sociedad, la dignidad de los seres humanos, los intentos de las personas de vivir y criar a sus hijos para vivir vidas castas y para la fundación monógama que ha sido tan crucial para todas las sociedades civilizadas.
Haciendo la homosexualidad un derecho civil abriría una caja de Pandora de la inmoralidad sexual y de esa manera destruir la integridad de la familia. Podemos esperar razonablemente que estos efectos fomenten a su vez una visión degradada del hombre y su naturaleza sexual (que en sí mismo tiene importantes implicaciones para la manera en que las personas se relacionan entre sí en la sociedad). Minará el cimiento familiar de la estructura social con su indispensable efecto disciplinario intermedio. Las personas permitidas a ser infieles y perversas en asuntos sexuales difícilmente resultarán fideicomisarios de los derechos de los demás, es decir, ser fiel y justo con respecto a otras normas o compromisos éticas.
Además, hay peligros sociales, psicológicos y éticos presentados cuando la ley permite que los homosexuales sean ejemplos visibles para otros, especialmente a los niños. Los maestros, la policía, los vecinos y otros que hacen saber que son homosexuales sinvergüenza exponen lo que consideran un “estilo de vida alternativo” pero que Dios aborrece como una abominación. Por lo tanto, aunque si el cristiano pasa por alto el caso histórico de Sodoma, el hecho es que la degeneración social será el resultado de tolerar las relaciones homosexuales. La homosexualidad no es un asunto privado que no hace daño a los participantes, a las familias, y por último, a la sociedad en su conjunto.
Las leyes civiles en contra de la homosexualidad deben ser fomentadas, no porque eliminen por completo este tipo de comportamiento sino simplemente para asegurar que las relaciones homosexuales (cuando existen) serán – como los defensores de la legalización de la homosexualidad contienden – totalmente actos privados entre adultos que consienten genuinamente. El hacer la homosexualidad un delito tendrá el buen efecto de suprimir y mantener su práctica de la vista pública y la aprobación, a pesar de que los homosexuales todavía puedan practicar su perversión (como suelen decir que así lo desean) en privado como adultos que consienten.
Objeciones
Probablemente los defensores de la homosexualidad objetarán diciendo que el reconocimiento de los efectos nocivos encima de la homosexualidad en la sociedad arriba mencionados se basa en un compromiso con el sistema ética cristiana y la revelación bíblica y por lo tanto no puede ser aceptada para la formación de la política social. Ofrecemos tres puntos en respuesta. En primer lugar, el rechazo de los efectos nocivos de la homosexualidad en la sociedad se basa en un compromiso con algún otro sistema ético que el de la Escritura y del mismo modo no se puede utilizar para la formación de la política social. Si el ideal de la neutralidad prohíbe el uso de un sistema ético distinto para evaluar las consecuencias de la conducta social, será imposible formar cualquier política social. Si se requiere el uso de sólo aquellos principios éticos en que hay común acuerdo por todos los hombres, tampoco se puede derivar una política social ya sea porque no hay acuerdo explícito universal o porque el principio formal en la que todos los hombres están de acuerdo de manera explícita es tan vaga o general que es susceptible a las aplicaciones inconsistentes y conflictivas.
En segundo lugar, en respuesta a la objeción a utilizar una perspectiva bíblica para anticipar y evaluar las consecuencias sociales de la homosexualidad, hay que notar que si bien es el cristiano que reconoce estas consecuencias adversas, lo que reconoce, no obstante, es objetivamente cierto. La verdad y el asentimiento son lógicamente distintos y por lo tanto es inútil rechazar las conclusiones cristianas en esta área por el motivo irrelevante que no todo el mundo asiente a esas conclusiones.
En tercer lugar, es incorrecto pensar que sólo los cristianos son conscientes de esas normas éticas por los cuales se evalúan los efectos de la homosexualidad. La ley de Dios por la cual el cristiano juzga estos asuntos es conocida, aunque no reconocida explícitamente, por todos los hombres, ya sean cristianos o no, como Pablo enseña en Romanos 1:32 y 2:14, 15. Las normas de Dios reflejan Su carácter ético y cada hombre es la imagen de Dios. Por otra parte, cada uno vive en un entorno a través del cual continuamente Dios está revelado en silencio pero claramente. Por lo tanto, los hombres son totalmente sin excusa por no someterse a la verdad sobre Dios y sus exigencias éticas. Tienen suficiente información para reconocer las normas de la ley de Dios pero perversamente se niegan a hacerlo.
Es incorrecto pensar que al ir a la Palabra de Dios a fin de decidir si la homosexualidad es un delito, los creyentes están tratando de hacer cumplir una ética distintivamente cristiana entre los no creyentes. El hecho de que los creyentes reconocen claramente la ética de la forma más objetiva válida debido al trabajo de redención de Dios en sus vidas no reduce sus normas éticas a la mera opinión personal que se deriva subjetivamente. Dios es el Creador de todos los hombres, así como el Redentor de sus elegidos. En consecuencia, sus normas éticas son objetivamente válidas y obligatorias para su criatura, el hombre, si los hombres las acepta o no.
Las normas de la ética genuina son universalmente válidas y aplicables y no deben ser menospreciadas como algo válido sólo exclusivamente para los creyentes o de alguna manera sectaria. Son tan absolutas como el carácter de Dios, a quien todos los hombres son responsables. Así que la homosexualidad debe ser prohibida como un delito por el estado.
La Separación de la Iglesia y el Estado
La doctrina de la separación Iglesia/Estado nunca ha sido entendida como la separación del estado de todas las consideraciones éticas y tales consideraciones son precisamente lo que presenta la ley de Dios. Además, la separación de la iglesia y el estado que se enseñó y guardó tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento – es cuestión de la separación de las dos instituciones y sus respectivas funciones. No implica diferentes autoridades éticas objetivas detrás de las dos ni indica que Dios como el Creador no pueda gobernar el comportamiento de todos los hombres como sus criaturas por medio de su ley revelada o que el cristianismo debe ser excluido de la influencia en el estado.
No es una ética distintivamente cristiana de la que las Escrituras requieran que el Estado ponga en vigor (como si los no creyentes se vieran obligados a tomar la Cena del Señor o diezmar a una iglesia en particular) sino simplemente las normas éticas universales y objetivamente válidas. El estado no honra estas normas éticas con el fin de convertirse en una agencia del Evangelio o con el fin de impedir todas las formas de pecado, independientemente de si es sujeto al penal civil o no. El gobierno civil simplemente se somete a la ley de Dios como un estándar ético objetivo por el cual el magistrado debe basar su gobierno dentro del límite que la Ley de Dios pone a los asuntos externos civiles.
El estado, al igual que la iglesia, es “un ministro de Dios,” ordenado por Él para servir a sus propósitos que en este caso es la venganza de su ira contra aquellos que violan su ley. La separación de la Iglesia y el Estado no puede ser entendida para socavar la verdad revelada. Si la manera en que la cultura entiende la separación de Iglesia y Estado se opone a la enseñanza de la Palabra de Dios con respecto a los requisitos éticos objetivos sobre el papel del magistrado civil, el cristiano sabe que debe rechazar. Las tradiciones de los hombres no pueden invalidar la Palabra de Dios.
No todas nuestras convicciones éticas deben ser parte del derecho civil pero algunas de ellas ordenan “imponer el punto de vista de la Biblia” cuando el comportamiento es considerado por Dios de ser tan bruto como para requerir sanciones civiles (por ejemplo, el asesinato, la violación, el secuestro, el robo). Apelar a nuestra sociedad “plural” es simplemente irrelevante en contextos como estos.
Los creyentes en la Biblia tienen derechos otorgados por Dios para influir al estado de mantener o establecer leyes penales contra la conducta homosexual usando todos los medios legales. Los cristianos en consecuencia pueden votar en contra de la propuesta legislación que clasifica los actos homosexuales como un derecho civil y prohíba la discriminación contra los homosexuales. La legislación penal contra los actos homosexuales o intolerancia social más general hacia los que participan en ellos es “discriminación” contra los homosexuales en el mismo sentido que las leyes que prohíben el fraude discriminan a los mentirosos y la intolerancia social a los estafadores discrimina a los ladrones.
Toda ley civil legisla la ética de alguien y en cierto sentido limita la libertad de alguien. El propósito de la ley civil no es regenerar a los hombres sino simplemente frenar su mal comportamiento. Tales leyes son necesarias para un orden social, el establecimiento de los límites de la libertad y las normas públicas a las que todos los miembros de la comunidad deben cumplir. Dios ha decretado infaliblemente que la prohibición de las relaciones homosexuales es un estándar y límite de la actividad humana que ha de ser reconocida en el orden social y sancionada por el Estado protegiendo así el decreto del matrimonio heterosexual en la creación.
En conclusión
El cristiano dirigido por la Palabra de Dios debe evitar tanto una simpatía no piadosa ni un odio no piadoso hacia el homosexual. El tolerar la homosexualidad en el espíritu de la liberación homosexual o la iglesia gay es una falta de respeto a las demandas justas de Dios. El tratar al homosexual como tema de la rehabilitación en lugar de la retribución es abandonar la función de la ley revelada de Dios de restringir el mal y por lo tanto abandonar la sociedad a la vil condición descrita por Pablo. Sin embargo, el consignarle al homosexual un lugar fuera de la evangelización, de detestar este pecado como algo peor que el de uno mismo o discriminar a los homosexuales convertidos que deseen participar en el culto y la comunión de la iglesia es indignación injusta y orgullo. Puede ser más fácil tomar una actitud extrema, ya sea de la hostilidad de justicia propia o de simpatía injusta, pero ninguno de estos extremos es agradable a nuestro Señor. Para agradar a Dios nuestra actitud debe reflejar la suya en toda su pureza y gracia.