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Cuando hablamos acerca del Reino de Dios, hablamos acerca del gobierno y la cultura de Dios sobre la Tierra, esto en si es hablar de la justicia, el amor, la misericordia, la economía, y todo aspecto de la vida en términos marcados en la Ley de Dios.
El Reino de Dios no es un concepto abstracto que podamos espiritualizar o reducir al mero aspecto del corazón o la Iglesia solamente, el Reino de Dios se extiende sobre todo aspecto de la vida del hombre y la sociedad, y tiene repercusiones en la historia y la creación.
Desde la caída, el hombre ha buscado el hacer las cosas a “su” manera no reconociendo a Dios en todos sus caminos, en términos prácticos el hombre ha tratado de levantar y hacer avanzar su propio reino apartado de Dios, con sus propias reglas y términos.
Si quisiéramos englobar la rebelión del hombre en un solo sistema sería sin duda el estatismo. Desde la antigüedad los gobiernos centralizados han tratado de usurpar el lugar de Dios en la historia, haciéndose proveedores de los hombres reclamando no solo la posición de padre sino de hijo y heredero a la vez. El estatismo vuelve al hombre dependiente e irresponsable, ya en esto hay una gran violación al cuarto mandamiento en donde debemos descansar en Cristo, en cambio volvemos al Estado nuestro reposo.
Tristemente este sistema centralizado y controlador no solo se manifiesta en agencias estatales o dependencias de gobierno, sino que permea toda la vida, muchas veces incluso sin darnos cuenta podemos estar viviendo dentro de casa bajo un sistema centralizado o asistiendo a una Iglesia con una estructura piramidal basada en el Estado. El Reino de Dios no es un gobierno más, no es un gobierno centralizado por una institución, sino que el Reino de Dios tiene como pieza central el auto-gobierno y a la familia como agente administrador de los bienes bajo Dios.
Como cristianos podemos caer en cuenta que el Estado usurpa el lugar de Dios dentro de la sociedad, incluso tratar de “reformarlo” o hasta podemos soñar con un gobernante cristiano que pueda limpiar o corregir la mala administración, pero no es la solución. He visto como cristianos tienen fe en movimientos políticos basados en principios bíblicos, pero aun así no es posible “reformar” un sistema que en principio es un sistema hostil a Dios, un sistema usurpador, así como un esposo no puede querer reformar al amante de su esposa para que este la trate como lo haría un cristiano, así de absurdo es. Incluso podemos idear el sistema político “perfecto” pero no será la solución, la solución no es “cristianizar” al Estado, es más, la solución ni siquiera es abolir al Estado si primero no abolimos al Estado de nuestros corazones. Podemos lograr abolir al Estado, quitar todas sus instituciones inservibles, pero si no abolimos al Estado de nuestros corazones levantaremos otro sistema igual o peor.
Podemos ver el caso de Gedeón en Jueces capítulo 8 donde después de haber sido librados de un gobierno baalista, inmediatamente el pueblo quiere levantar una dinastía gobernante pidiendo que Gedeón y sus hijos después de él gobernasen sobre Israel. Aunque Gedeón rechaza de entrada el ofrecimiento de gobernar sobre Israel, el requiere del pueblo un tipo de impuesto para mandar hacer un efod ante el cual el pueblo se prostituiría. El problema aquí es que tal vez fueron librados de sus opresores, pero no dejaron ir el baalismo de sus corazones, al quedar un espacio libre ya que no hay “vacíos de responsabilidad” el pueblo decide llenar este vacío con un gobierno igual o peor, ah pero con matices “bíblicos.” Fueron librados de los pueblos baalistas pero el baalismo no salió de sus corazones.
James B. Jordan acerca de este pasaje comenta:
“Gedeón mina el orden social totalmente y hace que el estatismo humanista sea inevitable”
El mismo resultado tendremos si pretendemos “bautizar” un tipo de gobierno que va en contra de lo que Dios prescribe en su Ley. No importa que tan buenas intenciones tenga o que tan cristiano parezca, si no respeta los límites que Dios estableció para él, seguiremos caminando en círculos, sin llegar a ningún lado.
Rushdoony comenta:
“A menos que el estado esté bajo el Dios trino, no hay esperanza de libertad ni para la iglesia ni para los hombres. Si el estado es su propio dios y su propia fuente de moralidad, entonces el estado no puede hacer nada malo, y ningún hombre tiene entonces el derecho o la libertad de diferir o desafiar al estado.”
El punto aquí es no querer “cristianizar” un sistema anti-Dios; tampoco pretender abolirlo sin antes sacarlo de nuestros corazones primero, entendiendo que el paso a dar es reconocer nuestra responsabilidad personal delante de Dios no buscando un Estado “bautizado.”
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