VISIÓN AMÉRICA LATINA

Construyendo los cimientos intelectuales para la futura civilización cristiana.

LA PEDAGOGÍA DE DIOS: La educación como ministerio pactual.

«Y Jehová Dios mandó al hombre…» (Génesis 2:16)

Esta expresión breve y poderosa se encuentra no sólo en el inicio del relato de la humanidad, sino también al patrón pedagógico de Dios. El verbo hebreo utilizado aquí es צָוָה (tsavá), que significa «ordenar, mandar». Esta raíz aparece en la Biblia hebrea unas 494 veces (Strong H6680), muchas de ellas en contextos donde Dios instruye personalmente a Moisés, Aarón o al pueblo de Israel.

Su forma sustantiva, צַו (tsav), que puede traducirse como «mandato» o «precepto», aparece 22 veces, principalmente en los libros de Levítico y Números, asociados a contextos legales o ceremoniales.

En conjunto, estas palabras nos muestran que la pedagogía de Dios no es opcional ni meramente inspiradora: es vinculante, estructurada, continua. Según Strong H6680, ambas formas reflejan más de 500 ocasiones en que el concepto de «mandar» o «instruir con autoridad» aparece en la Escritura.

Este mandato en Génesis 2:16, por tanto, no es aislado, sino parte de una teología más amplia: la del Dios que enseña, manda, y transforma a su pueblo a través de Su Palabra. El hombre no es autónomo ni autodidacta en lo espiritual; su conocimiento comienza en la escucha obediente de la voz de su Creador.

La educación cristiana, tal como la concebimos hoy, suele estar reducida a una transmisión de contenidos religiosos dentro de estructuras institucionales eclesiásticas o escolares. Es común pensar que basta con enseñar versículos, asistir a clases dominicales o tener materias de religión en escuelas privadas para hablar de «educación cristiana». Sin embargo, esta visión es profundamente reduccionista y, en muchos casos, completamente ajena al patrón revelado en las Escrituras.

La Biblia no presenta la educación como un apéndice religioso del sistema escolar, sino como un ministerio pactual fundado en la revelación, centrado en la familia y extendido a la totalidad de la vida. La concepción moderna, incluso entre creyentes, ha adoptado muchas veces un modelo dualista: por un lado, la fe, por otro la educación «neutral»; por un lado, el alma, por otro la mente; por un lado, el templo, por otro el aula. Este divorcio es más una herencia del iluminismo que de la Reforma.

I. La educación cristiana no comienza en la iglesia ni en la escuela

Muchos cristianos han sido formados para pensar que la educación cristiana es una especie de catequesis dominical o una opción curricular en colegios confesionales. Esta visión ignora el hecho de que, en la economía del pacto, el primer acto pedagógico no fue eclesial, sino creacional y familiar: Dios instruyó al hombre en el Edén. No le dio simplemente mandamientos, sino identidad, propósito y vocación (Génesis 1:26–28; 2:15–17).

La pedagogía de Dios no se reduce al contenido doctrinal, sino que forma desde el origen una cosmovisión, una manera de interpretar y vivir toda la realidad bajo la soberanía del Creador. Desde una perspectiva teonómica, este acto no es simbólico, es normativo: todo proceso educativo legítimo debe partir de la Palabra revelada de Dios y dirigirse hacia la obediencia integral al pacto.

II. Llamado pedagógico: de lo personal a lo institucional

Cada llamado de Dios comienza con un llamado personal, pero nunca permanece privatizado. Adán, Noé, Abraham, Moisés, todos fueron llamados a ser instruidos para luego instruir. No solo a sus familias, o su comunidad, sino a todas las instituciones bajo pacto. La pedagogía del Reino tiene una estructura personal y relacional, comunitaria y generacional. Que abarca la civilización (cultura) entera. Su meta es la transformación no solo del hombre, sino de la totalidad del hombre bajo la ley de Dios. La formación de una «vida espiritual» desconectada de la comunidad que ignora el alcance institucional delegado por Dios, no forma parte del modelo pedagógico que Dios nos ha comisionado. Mateo 28:19: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;»

Como advierte R. J. Rushdoony, reducir la educación cristiana a la instrucción religiosa es traicionar su propósito pactual. El modelo bíblico no conoce el concepto de una educación neutral. Toda enseñanza responde a presupuestos religiosos. Así, la educación estatal moderna —pretendidamente laica— es en realidad una catequesis humanista que reemplaza la autoridad de Dios por la del Estado, y la ley divina por el relativismo secular.

III. Cosmovisión y presupuestos: una crítica al modelo actual

Muchos padres cristianos dicen desear una educación cristiana para sus hijos, pero al evaluar las alternativas, priorizan criterios de rendimiento académico, status social o preparación universitaria, no fidelidad teológica. Esta contradicción revela un problema más profundo: una cosmovisión fragmentada que no ha sido transformada por la Palabra de Dios.

La forma en que presentamos la información, lo que decidimos enseñar o dejar de enseñar, cómo lo evaluamos y lo que esperamos que el estudiante haga con ese conocimiento, todo está determinado por presuposiciones que evidencian nuestra visión del mundo.

El profesor, Donald Herrera Terán, durante una capacitación del Seminario Farel: “La filosofía de la educación cristiana”. Llevó a cabo una exposición, que casi se puede apreciar como un cuadro pictórico de la internalización de nuestro sistema de creencias, una referencia certera y precisa de lo anteriormente expuesto. 

Cito textual: 

“Nuestra cosmovisión determina cómo se presenta la información. ‘Quiero comentar una verdad’, dice el padre o el docente. Pero incluso la manera en que se escoja presentar esa información estará determinada por las convicciones que se hayan abrazado y el conjunto de suposiciones que guían su vida. Como puedes ver, la influencia de la agenda personal juega un papel tremendamente grande para los maestros, por eso nos interesa profundamente cómo este conjunto de presuposiciones está, o no, acercando al alumno al aprendizaje.

¿Por qué será que, de toda la bibliografía puritana disponible en América Latina, nuestro mayor interés ha sido traducir sus obras de piedad? Me refiero a que están traducidos libros de sermones, evangelismo, oración, doctrina… y eso refleja cómo somos en América Latina y cómo vivimos la fe: fundamentalmente desde la piedad. Existe un corpus de literatura puritana sobre jurisprudencia y gobierno que simplemente no nos interesa. Basta con observar el número de conferencias sobre su teología, santidad o vida personal. ¿Por qué? ¿Por qué nos pasa eso?

Porque tenemos una serie de presupuestos en nuestro ADN evangélico protestante latinoamericano que nos dice: vamos a reunir esta información y no aquella; vamos a analizar la información recolectada de esta forma y no de otra; y, al final, la presentaremos de esta manera y no de aquella.

Y, por último —aunque no menos importante—, una vez presentada la información, debemos preguntarnos: ¿qué se espera que las personas hagan con ella? Hace gracia cuando alguien pregunta: ‘¿De qué trató el sermón la semana pasada?’ Esa es una perspectiva griega de la educación, centrada en recordar datos. La verdadera pregunta debería ser: ‘¿Qué hiciste con el sermón de la semana pasada?’. (Lucas 3:10,12; Hechos 2:34).

Desde la perspectiva cristiana, el aprendizaje tiene que ver con la integración de ideas en un sistema de creencias. Por lo tanto, ese sistema de creencias —esa cosmovisión— ahora ve lo que antes no podía ver, analiza lo que antes no sabía cómo analizar, y está listo para presentar lo que antes no presentaba.”

IV. La familia: el altar pedagógico del pacto

Frente a esto, la Biblia señala un camino claro: la educación comienza en el hogar, como mandato pactual. Deuteronomio 6:6-9 no es un texto devocional, es un diseño cultural. El padre y la madre, bajo la autoridad de Dios, deben enseñar continuamente la ley del Señor, modelar una vida de obediencia, y preparar a sus hijos para servir en el Reino.

Rushdoony sintetiza este principio de forma clara: “La familia bajo la ley de Dios es la primera escuela, el primer gobierno y la primera iglesia para los hijos”. No hay neutralidad. Delegar esta responsabilidad al Estado es abdicar de un deber divino. El modelo estatista, con su pretensión de neutralidad moral, es una usurpación del gobierno del hogar y una inversión del orden creado.

V. Restaurar el ministerio pedagógico pactual

La educación cristiana no es un proyecto curricular ni una alternativa confesional. Es una respuesta obediente al llamado de Dios a formar discípulos en todas las cosas que Cristo ha mandado (Mateo 28:18-20). La pedagogía de Dios es teonómica, integral y restauradora. Su meta no es la mera formación intelectual, sino la transformación cultural bajo la ley de Dios.

En conclusión, debemos denunciar la idea reducida y estéril de una educación cristiana que se conforma a los moldes del humanismo secular. No enseñamos un modelo más, sino el modelo educativo por excelencia: el que comienza con Dios, forma el carácter, moldea la cultura, y glorifica al Rey. Restaurar este llamado es parte esencial de nuestra fidelidad pactual.

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