VISIÓN AMÉRICA LATINA

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Libro: El Paraíso Restaurado – Parte XII

El verdadero hecho es, como decía, que ya no existe ningún rey o profeta ni Jerusalén ni sacrificio ni visión entre ellos; sin embargo, toda la tierra está llena con el conocimiento de Dios y los Gentiles, olvidándose del ateísmo ahora se están refugiando con el Dios de Abraham a través de la Palabra, nuestro Señor Jesucristo.

Atanasio, En la Encarnación [40]

 

12 – EL SURGIMIENTO DEL ANTICRISTO

De acuerdo con las palabras de Jesús en Mateo 24, una de las características que va en aumento en la era que precedía al derrocamiento de Israel era la apostasía dentro de la Iglesia Cristiana. Esto fue mencionado antes, pero un estudio más concentrado, a estas alturas nos dará más luz en varios asuntos relacionados en el Nuevo Testamento – asuntos que muchas veces han sido malentendidos.

Normalmente pensamos en el periodo apostólico como un tiempo de evangelismo explosivo tremendo y en crecimiento de la iglesia, como “la edad de oro” cuando milagros impresionantes sucedían todos los días. Esta imagen común es sustancialmente correcta, pero falla en una omisión evidente. Solemos descuidar el hecho de que la Iglesia primitiva fue el escenario del brote más dramático en la historia del mundo de la herejía.

La Gran Apostasía

La Iglesia empezó a ser infiltrada por la herejía muy temprano en su desarrollo. Hechos 15 registra la reunión del Primer Concilio de la Iglesia, que fue convocado para emitir una sentencia autoritativa en el asunto de la justificación por medio de la fe (algunos maestros habían estado defendiendo la falsa doctrina de que uno debe mantener las leyes ceremoniales del Antiguo Testamento para ser justificado). Sin embargo, el problema no disminuyó, años después, Pablo tuvo que lidear con esto otra vez, en su carta a las iglesias de Galacia. Como Pablo les dijo, esta doctrina aberrante no era sin importancia, sino que afectaba su salvación: era un “evangelio diferente,” una distorsión total de la verdad y creció en un repudio a Jesucristo mismo. Utilizando alguna de su terminología más severa en su carrera, Pablo pronunció maldición sobre los “hermanos falsos” que enseñaban la herejía (ver Gálatas 1:6-9; 2:4-5, 11-21; 3:1-3; 5:1-12).

Pablo también vio que la herejía afectaría a las iglesias de Asia Menor. Reuniendo a los ancianos de Efeso, les exhortó a “mirar por ellos y por todo el rebaño,” porque “sé que después de mi partida entrarán en medio de ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de ustedes mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:28-30). Así como lo predijo Pablo, la doctrina falsa se convirtió en un asunto de proporciones enormes en estas iglesias. Para el tiempo en que el Libro de Apocalipsis fue escrito, algunos de ellos estaban casi completamente arruinados por el progreso de las enseñanzas herejes y el resultado de la apostasía (Apocalipsis 2:2.6, 14-16, 20-24; 3:1-4, 15-18).

Pero el problema de la herejía no estaba limitado a un área geográfica o cultural. Este se había esparcido y llegó a ser un tema importante para el concilio apostólico y para la supervisión pastoral al avanzar la era. Algunos herejes enseñaron que la Resurrección final ya había sucedido (2 Timoteo 2:18), mientras que otros afirmaban que la resurrección era imposible (1 Corintios 15:12); algunos enseñaron doctrinas extrañas de ascetismo y de adoración a ángeles (Colosenses 2:8, 18-23; 1 Timoteo 4:1-3), mientras que otros defendían todo tipo de inmoralidad y rebelión en nombre de la “libertad” (2 Pedro 2:1-3, 10-2; Judas 4, 8, 10-13, 16). Una y otra vez los apóstoles tuvieron que dar advertencias duras en contra de tolerar a estos falsos maestros y “falsos apóstoles” (Romanos 16:17-18; 2 Corintios 11:3-4, 12-15; Filipenses 3:18-19; 1 Timoteo 1:3-7; 2 Timoteo 4:2-5), porque estos habían sido la causa de salidas masivas de la fe y el grado de la apostasía estaba incrementando mientras que la era avanzaba (1 Timoteo 1:19-20; 6:20-21; 2 Timoteo 2:16-18; 3:1-9, 13; 4:10, 14-16). Una de las últimas cartas del Nuevo Testamento, el libro de Hebreos, fue escrito a una comunidad Cristiana completa al borde del abandono masivo del Cristianismo. La iglesia Cristiana de la primera generación no sólo se caracterizaba por la fe y los milagros, también se caracterizaba por el incremento del desenfreno, la rebelión y la herejía desde adentro de la comunidad Cristiana así como Jesús lo había dicho en Mateo 24.

El Anticristo

Los Cristianos tenían un término específico para esta apostasía. Ellos la llamaban el anticristo. Muchos escritores populares han especulado acerca de este término, normalmente fallando en considerar su uso en la Escritura. En primer lugar, considerar un hecho que sin lugar a dudas consternará a algunos: la palabra “anticristo” nunca aparece en el libro de Apocalipsis. Ni una vez. No obstante el término es utilizado de manera rutinaria por los maestros Cristianos como un sinónimo de “La Bestia” de Apocalipsis 13. Obviamente, no hay duda de que la Bestia es un enemigo de Cristo y es por lo tanto “anti” Cristo en este sentido. Sin embargo, mi punto aquí es que el término anticristo es utilizado en un sentido muy específico y está esencialmente relacionado con la figura conocida como “la Bestia” y “666.”

Otro error más, enseña que el “Anticristo” es un individuo específico, relacionado con esto esta la idea de que “él” es alguien que aparecerá hacia el final del mundo. Ambas ideas, como la primera, son contradichas por el Nuevo Testamento.

En realidad, las única apariciones del término anticristo se encuentran en los versículos siguientes de las cartas del Apóstol Juan:

Hijitos, ya es el último tiempo; y según ustedes oyeron que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros…

¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre…

Les he escrito esto sobre los que los engañan (1 Juan 2:18-19, 22-23, 26).

Amados, no crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conozcan el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual ustedes han oído que viene, y que ahora ya está en el mundo. Hijitos, ustedes son de Dios, y los han vencido; porque mayor es el que está en ustedes, que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error (1 Juan 4:1-6).

Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Miren por ustedes mismos, para que no pierdan el fruto de su trabajo, sino que reciban galardón completo. Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a ustedes, y no trae esta doctrina, no lo reciban en casa, ni le digan: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras (2 Juan 7-11).

Los textos antes mencionados abarcan todos los pasajes de la Biblia que mencionan la palabra anticristo y de ellos podemos extraer varias conclusiones:

Primero, los Cristianos ya habían sido advertidos de la venida del anticristo (1 Juan 2:18; 4:3).

Segundo, no había sólo uno, sino “muchos anticristos (1 Juan 2:18). Por lo tanto, el término anticristo, no puede ser simplemente una designación a un individuo.

Tercero, el anticristo ya estaba trabajando como Juan escribió: “ahora han surgido muchos anticristos” (1 Juan 2:18); “Les he escrito esto sobre los que los engañan” (1 Juan 2:26); “el cual ustedes han oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:3); “muchos engañadores han salido por el mundo… Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (2 Juan 7). Obviamente, si el anticristo ya estaba presente en el primer siglo, no era una figura que surgiría en el fin del mundo.

Cuarto, el anticristo era un sistema de incredulidad, particularmente la herejía de negar la persona y la obra de Jesucristo. Aunque los anticristos aparentemente afirman pertenecer al Padre, ellos enseñan que Jesús no era el Cristo (1 Juan 2:22); juntamente con los profetas falsos (1 Juan 4:1), niegan la Encarnación (1 Juan 4:3; 2 Juan 7,9) y rechazan la doctrina apostólica (1 Juan 4:6).

Quinto, los anticristos habían sido miembros de la Iglesia Cristiana, pero habían apostatado (1 Juan 2:19). Ahora bien, estos apóstatas estaban intentando engañar a otros Cristianos, para poder influenciar a la Iglesia como un todo en alejarse de Jesucristo (1 Juan 2:26; 4:1; 2 Juan 7,10).

Poniendo todo esto junto, podemos ver que el anticristo es una descripción tanto del sistema de apostasía como de individuos apóstatas. En otras palabras, el anticristo era el cumplimiento de la profecía de Jesús de que un tiempo de gran apostasía vendría, cuando “muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos” (Mateo 24:10-11). Como dijo Juan, los Cristianos habían sido advertidos de la venida del anticristo y muy seguramente, “muchos anticristos” habían surgido. Por un tiempo, ellos habían creído el evangelio; después ellos habían abandonado la fe y se ocuparon en tratar de engañar a otros, ya fuera iniciando nuevos cultos o muy probablemente buscando atraer a los Cristianos al Judaísmo – la religión falsa que afirmaba adorar al Padre mientras que negaban al Hijo. Cuando la doctrina del anticristo es comprendida, encaja perfectamente en lo que el resto del Nuevo Testamento nos dice acerca de la era de la “generación final.” Uno de los anticristos que afligió a la iglesia primitiva fue Cerinto, el líder de un culto judaico del primer siglo.

Considerado por los Padres de la Iglesia como “hereje” además de identificarlo como uno de los “apóstoles falsos” que se oponía a Pablo, Cerinto era un judío que se unió a la iglesia y empezó a alejar a los cristianos de la fe ortodoxa. Él enseñó que una deidad menor y no el Dios verdadero, había creado el mundo (sosteniendo, con los Gnósticos, que Dios era demasiado “espiritual” para preocuparse por la realidad material). Por lógica, esto implicó también una negación de la Encarnación, ya que Dios no tomaría para Sí un cuerpo físico y una personalidad humana verdadera. Cerinto era consistente: el declaró que Jesús simplemente había sido un hombre ordinario, no nacido de una virgen; que “el Cristo” (un espíritu celestial) había descendido sobre el hombre Jesús en Su bautismo (capacitándolo para realizar milagros), pero que después lo dejó otra vez en la crucifixión. Cerinto también defendía una doctrina de justificación por obras, particularmente, en la necesidad absoluta de observar las ordenanzas ceremoniales del Antiguo Pacto para poder ser salvo.

Es más, Cerinto aparentemente fue el primero en enseñar que la Segunda Venida llevaría a un reinado literal de Cristo en Jerusalén por mil años. Aunque esto era contrario a la enseñanza apostólica del Reino, Cerinto afirmaba que un ángel le había revelado esta doctrina (mucho como José Smith, un anticristo del siglo 19, afirmaría después haber recibido una revelación angelical).

Los verdaderos apóstoles se opusieron severamente a la herejía de Cerinto. Pablo amonestó a las iglesias: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8) y continuo en la misma carta refutando las herejías legalistas sostenidas por Cerinto. De acuerdo a la tradición, el apóstol Juan escribió su Evangelio y sus cartas teniendo en mente especialmente a Cerinto. (También se nos ha dicho que cuando Juan entró en los baños públicos vio a este anticristo delante de él. El apóstol inmediatamente se dio la vuelta y salió corriendo, gritando: “Huyamos, para que el edificio se caiga, porque Cerinto, el enemigo de la verdad, ¡está adentro!”).

Regresando a las declaraciones de Juan acerca del espíritu del anticristo, debemos notar que él enfatiza algo más, un punto muy importante: como Jesús lo había dicho en Mateo 24, el anticristo que vendría era una señal del “Fin”: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según ustedes oyeron que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1 Juan 2:18). La conexión que la gente normalmente hace entre el anticristo y “los últimos días” es lo suficientemente correcta, pero lo que muchas veces olvidan es el hecho de que la expresión de los últimos días y términos similares, son utilizados en la Biblia para referirse, no al fin del mundo físico, sino a los últimos días de la nación de Israel, los “últimos días” que terminaron con la destrucción del Templo en el año 70 DC. También esto, será una sorpresa para muchos, pero debemos aceptar la enseñanza clara de la Escritura. Los autores del Nuevo Testamento sin lugar a dudas usaron lenguaje del “fin de los tiempos” cuando hablaban del periodo que estaban viviendo, antes de la caída de Jerusalén. Como hemos visto, el apóstol Juan dijo dos cosas a este respecto: primero que el anticristo ya había venido y segundo, que la presencia del anticristo era prueba de que él y sus lectores estaban viviendo en “la última hora.” En una de sus primeras cartas, Pablo había tenido que corregir un error de impresión con respecto al juicio venidero sobre Israel. Los maestros falsos habían estado asustando a los creyentes diciéndoles que el día del juicio ya estaba sobre ellos. Pablo les recordó a los Cristianos lo que él había explicado antes:

Nadie los engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición… (2 Tesalonicenses 2:3).

Sin embargo, para el final de la era, mientras que Juan estaba escribiendo sus cartas, la Gran Apostasía, el espíritu del anticristo, de la que el Señor había hablado, era una realidad.

Judas, quien escribió uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, no nos deja duda acerca de este asunto. Emitiendo condenaciones fuertes de los herejes que habían invadido la iglesia y estaban intentando alejar a los Cristianos de la fe ortodoxa (Judas 1-16), él le recuerda a sus lectores que ellos habían sido advertidos precisamente de esto:

Pero ustedes, amados, tengan memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; los que les decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu (Judas 17-19).

Judas claramente recuerda las advertencias acerca de los “burladores” refiriéndose a los herejes de su propio tiempo implicando que su propio tiempo era el periodo del “postrer tiempo.” Como Juan, él sabía que la multiplicación rápida de estos hermanos falsos era una señal del Fin. El anticristo había llegado y ahora era la Última Hora.

 

Aquí puedes leer el libro completo del el Paraíso Restaurado.

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